Hoola ¿como están?...¿cómo estuvo el fin de semana?...¿el mío?... rico en toda su dimensión, solo doy gracias a Dios por ser tan benevolente conmigo.
El sábado desde las dos hasta casi las 22 horas en el camino con una amiga perrera, felices de haber sido un poco útiles al mundo. El domingo como muchos saben, fue el Día del Patrimonio Nacional en nuestro país, día en el cual se autoriza que sean abiertos todos los edificios que tengan una historia en el silencio que se pueda tocar con nuestros ojos y asombrarnos cada vez mas de las bellezas que tenemos. La gran mayoría de las personas que visitan estos lugares, hacen colas y colas, ¿tendría que decir filas?...para poder ingresar a los mas poderosos monumentos. Ayer a Dany se le ocurrió que porque en vez de irnos al centro, no nos íbamos para el cerro a intentar limpiar nuestros pulmones y traernos ese aire libre, no se rian si, Basilio, Marcelo y yo, todos de acuerdo.
Todo preparado, caja, café, galletas hummm. ¡Que rico!.
El día estaba exquisito, un tanto frío, a mi me gustan los días fríos,
pero las ganas y el deseo de estar casi tocando el cielo, eran mas.
Me encanta escuchar a mis hijos como conversan,
como se ríen, como cantan mientras viajamos en auto.
Llegamos al Cajón del Maipo cerca de las 17.30 horas, subimos el cerro donde está esa maravilla de edificio que fue el Sanatorio para enfermos tuberculosos. Nos recibió muy amablemente Don Raúl quien era el encargado de mostrarnos tan impresionante mastodonte anclado en la mitad del cerro.
El edificio original fue construido hacia 1920 con el nombre de Hotel Francia. Sus propietarios, de ésta nacionalidad, vieron en el poblado de San José y en el Cajón del Maipo en general, características geográficas y climáticas similares a la de los Alpes, por lo que decidieron la construcción de este edificio, tanto con fines turísticos como terapéuticos pudiendo atender a las personas afectadas por tuberculosis, enfermedad pulmonar que en esa época era un mal bastante común.
Nos contó que su verdadera dueña era la esposa de don Alberto Mackenna Subercaseaux, señora Rita Walker Valdés de Mackenna, fallecida de una grave enfermedad al pulmón, fue ella quien tuvo la idea de fundar esta Casa de Salud, dejando como herencia terreno y edificio al Seguro Obrero, Institución preocupada de la previsión de la Salud en Chile por esos años y en forma exclusiva para hacer de este edificio el Sanatorio de Laennec, nombre que se le puso en homenaje al primer médico tisiólogo que inició las intervenciones clínicas al pulmón.
Para que contarles las increíbles sensaciones que sentimos.
Solos, recorriendo aquellas salas vacías llenas de recuerdos ambulatorios en medio de soledades clandestinas fue grande la emoción de vernos caminando sanos entre tanta enfermedad triste acumulada en sus paredes, hermosos ventanales con los cristales rotos por la erosión del tiempo. El edificio consta de tres pisos, pero solo en estos momentos está habitable el primero, el segundo aun se podría habitar, y el tercero está ocupado por una gran cantidad de palomas que han hecho de el, su vivienda. Tiene vista por un lado hacia la cordillera que en invierno está nevada hasta abajo del cerro, y por el otro lado mira hacia el valle pleno del Cajón del río.
Recorrimos todo el terreno que consta de pequeñas terrazas para tomar sol, rodeado de grandes y añosos árboles frutales. Al recorrer los largos pasillos del sanatorio, sin luz, se sienten pasos que van detrás de uno, es fuerte pensar que alguien te sigue, que alguien camina detrás tuyo. Dicen que en ese hóspital quedaron muchas almas vivientes vagando que recorren aún los pasillos y las escaleras. De repente el miedo se hace sentir, sin llegar a serlo. Las tablas del viejo suelo, crujen y crujen como si lloraran.
Se nos pasó la hora volando, recorrimos el pueblo, la plaza donde habían varios puesto de artesanía y comestibles que venden mermeladas, frutas confitadas, miel. No saben el inmenso gusto que me da como madre ver a mis hijos tan unidos, tan felices, junto a nosotros sus padres, los cuatro somos tan especiales.
Cerca de las 20 hrs. seguimos subiendo hacia el Volcán, para venirnos por el camino, todo estaba en silencio, la luna iluminaba increíble el camino recién asfaltado, que amo tanto como aborrezco, a mitad de el, nos detuvimos a tomar café como de costumbre, hasta el frío estaba especial.
Dejamos a Oz en su casa, que rico fue sentir su abrazo y el de toda su familia. Mas aun entre tanta conversa con sus padres, de recuerdos y sensaciones sentidas al despedirse su papá le dice a mi hijo:
Marcelo cuando yo muera, tu tendrás que acompañar a mi hijo a dejar mis cenizas a Sewell.
Me llenó de emoción el alma, y le agradezco enormemente que considere tanto a Marcelo hasta hacerlo participe de su muerte. O tal vez fue que estaba acostumbrado a pedirle a las personas que lo acompañen.
Con mucho ánimo, con mucho agradecimiento a Dios.
Que tengan un lindo comienzo de la semana.
Nos vemos
Marcela
el 28 mayo 2007
"Un perro no tiene por que andar en la calle solo, debe salir a pasear tirado de una correa de la mano de su dueño, de lo contrario se convierte en un perro callejero."
28/5/07
"Sanatorio del Cajón del Maipo"
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